Desde el primer momento en que te ví aquella mañana, vi lo que harías, creí saber lo que querías, y pensaba no darte el gusto, no pude evitarlo y mi corazón le ganó a mi razón. Destrosada, fuera de mi, repito una y otra vez que ya esta todo perdido, siento una mirada en mi nuca, giro la cabeza, y aquel par de ojos mirando mi reacción. Según yo, acababa de perder, y tenía que emparejar las cosas. Y lo hice.
Pero cuál sería mi sorpresa, cuándo al ver tu reacción entendí mi error, no estaba segura de cuál era pero me había equivocado al hacer lo que hice.
Dejaste de hacer lo que hacías y no lo volviste a hacer. Tus miradas que buscaban las mías y yo evitándolas por miedo.
Algún tiempo después, me encontraría sentada contra una pared con un teléfono en la oreja y lágrimas rodando por mis mejillas, un nudo en la garganta y la voz se entre corta, pero no me importa por primera vez que importa si quien esta del otro lado de la linea sabe que lloro...
- "Cuelga y azómate por tu ventana"- mi interlocutor mirando a mi ventana desde el otro lado de la acera y se acerca hablamos por la ventana y siguen corriendo las gotas de agua salada, pero sigue sin importarme.
Y entonces lo comprendo, me equivoqué más de lo que creí, te preocupabas por mi, y por eso dejaste de hacerlo, y más tarde no te enojaste, ni te entristeciste, te culpabas por haberme lastimado.
Y entonces llegamos al principio donde tenemos miedos absurdos que nos sujetan como dos cubos de concreto en los pies.
Y así clavados al piso nos mantenemos en nuestra zona de confort, pero ¿de qué sirve estar allí si no nos lleva a ningún lugar y ninguno está satisfecho con el lugar que ocupa ahora?
Sólo espero que cuando nos decidamos no sea demasiado tarde...